martes, 27 de diciembre de 2011

Casa Lucio, un clásico entre los clásicos


Hace cosa de un par de semanas visité uno de los templos gastronómicos de Madrid por excelencia: Casa Lucio. Fui con mi amiga Paloma, a su vez, amiga de Mª Carmen, la hija del famoso hostelero. La visita tenía un objetivo concreto: entrevistar a Lucio Blázquez, testigo de excepción de, por lo menos, el último medio siglo de la capital. Si bien Casa Lucio no tiene ni cuarenta años, su propietario ha sido personaje indispensable de la hostelería madrileña desde su más tierna adolescencia. El resultado de esta entrevista lo podéis ver en el último número de Strogonoff. Aquí, en el blog, solo voy a relatar la sublime experiencia sensorial que Paloma y yo tuvimos la suerte de disfrutar.

Empezamos a comer tarde, muy tarde. Entre que la entrevista con Lucio se dilató más allá de lo insospechado, y  que el restaurante estaba a tope un martes (¡si un martes!) comenzamos nuestro festín rozando las cinco.Y digo festín porque la calidad de la comida no merece que se le nombre de otra manera. Empezamos con los famosos huevos. ¿Sería sugestión o los huevos venían con un punto de cocción que jamás vi en otros huevos estrellados? La clara, bien cuajada, no dejaba ni una mota de solidez a una yema líquida pero entera. Las patatas, perfectamente fritas, sin exceso de grasa y sin sabores extraños, redondeaban un plato rico que anticipó delicias futuras. Después vinieron unas gambas blancas de Huelva que Paloma y yo degustamos entusiasmadas. La calidad del crustáceo y el punto perfecto de cocción nos hicieron elevarnos al quinto cielo (el sexto y el séptimo llegaron con los dos platos siguientes). 
Compartimos de segundo un entrecôtte (Paloma me dejo elegirlo frente al tan manido solomillo) servido en plato de barro bien caliente, donde se acabó de cocinar la pieza. ¡Qué maravilla de carne! Ni cuchillo tuvimos que utilizar de lo mantequillosa de su textura. ¿Y qué decir del sabor? Sencillamente a carne. Los postres ya nos elevaron a lo más alto: Paloma disfrutó de lo lindo con un arroz con leche, al parecer típico de las cocinas de Lucio. Yo tomé un clásico, que de tan tradicional, ya no se encuentra en ningún sitio: un hojaldre de crema pastelera que estaba absolutamente delicioso. ¿Qué fue de la crema pastelera? No lo sé, pero en Casa Lucio la siguen teniendo y con un sabor que creía desaparecido.
A decir de Lucio, no hay en todo Madrid un lugar donde la relación calidad precio sea mejor que en su casa. Yo no sé si podría afirmar tal cosa, pero lo que sí sé es que, si uno quiere disfrutar de productazo, a Casa Lucio es donde tiene que ir. Sin ninguna duda.

sábado, 10 de diciembre de 2011

Cava & tapas: una combinación deliciosa

Casi nunca me toca nada, pero el otro día gané dos plazas para un taller de cocina en Alambique organizado por el Consejo Regulador del Cava. Ayer fue el día señalado y allí fui con mi amiga Rosana. Lo primero, comentar el fantástico trabajo que realizan los de comunicación del Consejo, un equipo de Europa Press que cada vez borda más la promoción del espumoso patrio. Mi conocimiento de ellos, por profesión, viene de lejos. Desde hace un tiempo, el Consejo se está acercando a través de las redes sociales al público en general con ciertas acciones puntuales con el objeto de difundir las bonanzas del cava. Así, con  unas visitas a bodegas en el Penedés, unas catas en Madrid y Barcelona, o este taller en Madrid y creo que otro en la Ciudad Condal, el Consejo tiende la mano al público sorteando estas actividades a través de facebook. Esta es mi primera asistencia, aunque me consta que las anteriores iniciativas estuvieron muy bien organizadas y fueron totalmente instructivas, a la par que divertidas, para los asistentes.
En el taller aprendimos a hacer unas ricas y fácilísimas tapas con las que agasajar a los gastrónomos más impenitentes que podamos recibir en casa. Miquel, cocinero catalán afincado en Madrid desde hace unos meses y profesor de Alambique desde entonces, seleccionó las siguientes tapas: tapenade con anchoas, tartar de salmón, sashimi de atún, cigala en tempura con albahaca y brandada de bacalao. El tapenade, consistió en un milhojas que, huyendo del pan, utilizó láminas de de tofu que le iban genial. Gracias a Miquel aprendí la expresión 'saltear al rubio' que para los que no lo sepan, significa saltear de tal manera que no llegue al dorado. Un paso anterior.


Todos querían fotografiar las tapas, sobre todo Isa y Ana
 
El milhojas de tapenade, armonizado con un rosado espectacular

Tartar de salmón

Cigala en tempura con albahaca, la tapa que menos me gustó

Un sashimi riquísimo

Comiendo sashimi

La brandada de bacalao

Si no hablo y voy de listilla con el cocinero, me muero

El protagonismo del cava llegó con las explicaciones del sumiller Félix Bonilla. Como la mayoría de los asistentes eran neófitos en el cava, Félix explicó el proceso de elaboración (con una brevedad y síntesis que siempre se agradece). Aunque he visitado bodegas en Sant Sadurní, y he asistido a innumerables catas de cavas y otros espumosos, no soy ninguna experta. Por ello, aunque haya visto y escuchado varias referencias al cava siempre se aprende algo nuevo. Personalmente, me gusta mucho el cava rosado. A lo largo de mi vida he escuchado a un montón de gente quejarse del rosado subido de los cavas, en comparación con el champagne rosé. Pues ayer, gracias a Félix, supe que si se quiere dar un rosa muy pálido a un cava, este tiene que tener en su composición una mayoría de ¡¡uva trepat!! ¡Qué cosas! Para conseguir la tonalidad clarita del champagne rosé, ¡nada como hacer cava con una uva autóctona!
Lo mejor de las tapas: fáciles, ricas, sanas y sin pan.
Lo peor: nada.
Lo mejor del cava: el rosado que catamos. Bueno, ¡bebimos!
Lo peor: al ser un cava envasado por el Consejo, no poder saber de qué marca se trata.
Puntuación de la iniciativa: un 10

jueves, 8 de diciembre de 2011

Peregrinaje gastronómico: exprimiendo Madrid

Demasiados días sin escribir en el blog, y tantas cosas por contar... Antes de que todo se me olvide, mejor edito este batiburrillo de pistas gastronómicas en Madrid.
Tengo un joven amigo al que le gustan lugares y cosas que no le corresponden por edad. Con él conocí The Gin Room, uno de tantos locales que últimamente proliferan en las grandes ciudades. Locales dedicados a la bebidas premium, con espíritu tranquilo, enfocados a un público nacido en los sesenta y setenta. The Gin Room me pareció horroroso: decoración entre moderna y clásica, pero ambiente rancio, rancio, rancio.

The Gin Room

Con mi amigo también estuve en un salón de té de nombre Margó. Decorado como una casa de muñecas, entrar en Margó es sumergirse en un pasado cursi. Recomendable si uno quiere ver un lugar insólito, nada más.

El curioso salón de té Margó

Otro día, también con mi joven amigo, fuimos a comer a Pimiento Verde, en la calle Lagasca. Señalar que todos los comensales que había tenían unos 25 años más que yo (excepto mi acompañante, claro está). Aparte de eso, me pareció un lugar caro (compartimos dos primeros, un segundo, un postre y una botella de vino normalito), ya que salíó la cuenta por algo más de 80 euros, y con una carta excesivamente corta. Eso sí, no puedo dejar de mencionar las deliciosas alcachofas que sirven. Por ellas, vale la pena comer rodeada de venerables ancianos.

Las fantásticas alcachofas de Pimiento Verde
Después, para el café, nos fuimos directos a Mamá Framboise, la deliciosa boulangerie que el pastelero Alejandro Montes tiene en la calle Fernando VI. No tengo más que decir que, en una ciudad donde los croissants son realmente espantosos, Mama Framboise es un soplo de aire fresco y sus croissants parecen recien traídos de París.



Con mi amigo Alberto estuve en SoMa, el restaurante del hotel Vincci que hay en la calle Goya. Disfrutamos un montón del menú gastronómico que tienen a 25 euros. El servicio es excelente, y el cocinero, Jorge Lacera, lo borda. Ya escribí sobre SoMa el año pasado aquí en el blog. Es un lugar muy recomendable.

Salón de SoMa
Con Mónica recalé recientemente en El Padre, un restaurante que me recomendó la periodista Raquel Pardo.  Quitando lo horrorizada que estaba mi amiga Mónica con la clase de comensales (yuppies trasnochados en traje y corbata) que llenaban el restaurante, a las dos nos gustó mucho la relación calidad precio del menú. Por quince euros, de lunes a viernes, tienes un menú completo y con buen producto, que incluye bebida. Nosotras nos tomamos una fabada (por supuesto, con piparras, que me encantan) y una ensalada de primero, y de segundo coincidimos ambas en una lubina que estaba muy, pero que muy rica. El vino, recomendación de David Villalón, uno de los dos hermanos que manejan el cotarro, fue un excelente El Terroir de Domains Lupier. Al otro, Marío, a cargo de la coctelería (sí, tienen cócteles, y al parecer, riquísimos) no tuve ocasión de conocerle. Me apunto el sitio para volver, con más tiempo, un día de estos.
Recientemente, por fin probé las tapas de Baco y Beto, un local que mil veces, sabiéndome local del foie, me ha recomendado Eduardo de la Puente, de la Guía del Ocio. ¿Por qué? Por su foie a la plancha, vuelta y vuelta, como a mí me gusta. El sitio me encantó: por su ambiente, por el foie y el resto de los platillos, y por el precio, que con un par de copas de vino cada una (fui con Marta y Beatriz) salimos por 14 euros por cabeza.

La foto del cocido cilantrero
es de Félix Soriano

Mi peregrinaje gastronómico acaba, por ahora, en Cilantro, una taberna madrileña de la que ya he hablado largo y tendido en este blog. Con Mónica, en nuestra ya instaurada comida semanal, fuimos a tomarnos el cocido que Pepe Gorines ha establecido para los miércoles. ¡Madre mía qué cocido! Mónica y yo disfrutamos de lo lindo. Decir que repetí sopa y en la bandeja de la verdura, la carne y los garbanzos no quedó nada. Por 15,50 euros de nada, no solo se disfruta, ¡se roza el cielo!