domingo, 22 de agosto de 2010

Los planes están para cambiarlos

Este fin de semana tenía previsto visitar un nuevo restaurante y hablar de ello en este blog. Al final, después de una cansada semana, he preferido quedarme en casa y disfrutar de la intimidad del hogar. ¿En qué se traduce todo esto? En una gran sequía de reseñas para regocijo de mis detractores y en un menor entretenimiento para mis lectores. Pero para el escritor -yo en este caso- la costumbre de narrar sus andanzas se convierte en hábito, y el parón brusco de éste deriva en lo que, coloquialmente, se viene a llamar mono. En fin, qué duda cabe que para paliar sus síntomas me veo en la obligación de narrar mis pequeñas aventuras, pocas, del jueves pasado.
La noche anunciaba una cena en el restaurante Agora. Situado en un emblemático edificio del comienzo de la Gran Vía, en la sexta planta del hotel Ada Palace, sus espectaculares vistas a la arteria madrileña, con el edificio Metropolis justo enfrente, prometía una velada muy especial. Pero la noche iba a transcurrir por otros derroteros.
Mi acompañante me esperaba temprano, para tomar unos vinitos, en Salamar. Circunstancias labores -¡ay, qué se le va ha hacer!- me obligaron a llegar bastante tarde. Y como llegaba hambrienta no pude más que pedir quedarnos un ratito a picar alguna cosa. Después de dos copas de albariño, unos pocos langostinos y una fresca ensalada de patata, bonito, pimiento y tomate me vi ya con fuerzas para irnos a cenar con la Gran Vía a mis pies. Pero hete aquí que en la barra de Salamar también se encontraban tres personas en animada conversación. Y entonces sucedió lo que suele ocurrir en Madrid: que nuestras conversaciones se fundieron con la del trío -¡qué cosas, también periodistas los tres!- y perdimos más tiempo sin marchar a cenar. Bueno, no perdimos, la verdad es que lo disfrutamos.
Al restaurante llegamos más bien tarde, la cocina había cerrado, quedando la visita relegada a la próxima semana. Sobre ello escribiré. Como avance decir que las vistas son espectaculares y que en la planta séptima hay una terraza chill-out donde disfrutar viendo Madrid.

Tal circunstancia nos abocó a cenar un trozo de pizza al corte de la que venden en esos localitos del centro. La nuestra, concretamente, la compramos en la misma Gran Vía. El lugar se llama PaPizza y, según proclaman, es la auténtica pizza italiana. 1,20 euros cada una, si no recuerdo mal, de una masa esponjosa, sabrosa y coronada por un pepperoni con el picante justo. Tenía hambre, sí, pero la pizza estaba espectacular. No es alta cocina, pero es absolutamente recomendable.
Después hubo una parada en un bar de Hortaleza donde mi especial aversión a los vinos de Rueda me obligó a tomar un Marina Alta que, a pesar de su fama, no me gustó nada.
La semana próxima promete, a priori, nuevos restaurantes que visitar. Seguiré informando.

6 comentarios:

  1. Los cambios de planes siempre van bien para desviarte a otros menesteres, y te invitan a probar cosas que seguramente no lo habrias hecho. Cómo si nó te habrias tomado un trozo de la auténtica pizza italiana por 1,20 euros?.
    Bsos.

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  2. Sí, tienes razón. Y la verdad es que estaba riquísima (la pizza). Un beso fuerte.

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  3. Las pizzas de corte son algo especial. Te permiten disfrutar de una receta deliciosa mientras caminas por las calles de Madrid. En la plaza de San Idelfonso y por Chueca hay dos take aways italianos bastante recomendables.

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  4. La verdad es que estas de PaPizza son espectaculares. Valen la pena. Tomo nota de tus recomendaciones :)

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  5. Para que precisamente tú, con lo exigente que eres, la recomiendes, debe ser expectacular... Pero es que a mi... Comer de pie, no sé, no sé

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  6. María, no es comer de pie, es comer andando, jaja. El localito es minúsculo y lo mejor es llevarse el trozo de pizza en la mano.

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