Si nos ceñimos a la definición clásica de ágora, enseguida pensamos en un espacio abierto rodeado de las más importantes edificaciones, donde, en las ciudades de la antigua Grecía, confluían el comercio, la política y la cultura. Partiendo de esta premisa, el bautizo del restaurante del madrileño hotel Ada como Ágora no deja de ser un original guiño de lo más acertado. Ubicado en la sexta planta de este hotel emplazado en la mismísima Gran Vía, el espacio abierto lo constituyen las terrazas: dos de ellas con espectaculares vistas a la arteria madrileña con la cúpula del edificio Metrópolis en primer término, y la tercera, más tranquila, con paisaje urbano del barrio de Chueca. Si bien en Ágora no confluyen el comercio, la política y la cultura de la ciudad, bien es cierto que su privilegiado entorno sí está empapado de ello. La vertiente política se ve colmada por su cercanía a las Cortes del país, al ayuntamiento de Madrid y a la sede de la presidencia de la Comunidad; la cultura, encabezada por la casi lindante sede del Instituto Cervantes, con la proximidad a los museos más importantes de la ciudad, y con los teatros más prestigiosos a un paso, ya forma parte de Ágora; y el comercio, tan vivo en plena Gran Vía, está plenamente representado. Para dar todavía más razón al nombre, constatar que parte de los edificios más emblemáticos de Madrid son prácticamente aledaños a la moderna Ágora. Con esta introducción bien podría parecer que voy a hablar de un restaurante de elevado precio, pero, para sorpresa de algunos, y deleite de muchos, aclaro desde ahora que esto no es así. La cocina, dirigida por el francés David Millet, presenta una pequeña pero apetecible oferta de platos plenamente mediterráneos, con presentaciones, en algunos casos, típicas del país vecino. El precio de carta ronda los 30 euros de media, aunque en mi visita a Ágora del pasado miércoles, Luis, Montse, Ghassane y yo probamos el menú que el restaurante ha preparado en exclusiva para el portal de reservas Degusta Madrid.
En los primeros, cabe destacar una cocotte de verduras salteadas con olivas negras y tomillo que estaban totalmente al dente, algo que, aunque parezca mentira, no es tan fácil de encontrar. La presentación en cocotte es muy práctica ya que mantiene calentito el contenido hasta que hemos comido el último trozo. La ensalada de cogollos con bacon y cítricos, también muy sabrosa, venía perfectamente presentada. Me quedé con las ganas de probar la carrillera a la bourguignon, plato que pidió uno de mis acompañantes quien, según me contó, estaba deliciosa. Y no la probé porque el segundo que pedí resultó tan espléndido que no quise mezclar su sabor con ninguna otra cosa. No tengo más que buenas palabras para una merluza con pisto y coulis de espinacas fantásticamente elaborada, de magnífica textura el pescado y con el punto de cocción adecuado. Y no lo digo sólo yo, que como es bien sabido no soy la mayor amante del pescado, sino mi amiga y compañera Montse Ambroa que es una experta en animales marinos. Y como remate a la deliciosa merluza llegó el postre: una crème brûlée maravillosa que, sin exagerar, nos dejó a todos profundamente extasiados. Y unas últimas palabras sobre el maître, del que, lamentablemente, no recuerdo su nombre: un profesional de la vieja escuela, con todo lo positivo que puede tener este comentario.
En los primeros, cabe destacar una cocotte de verduras salteadas con olivas negras y tomillo que estaban totalmente al dente, algo que, aunque parezca mentira, no es tan fácil de encontrar. La presentación en cocotte es muy práctica ya que mantiene calentito el contenido hasta que hemos comido el último trozo. La ensalada de cogollos con bacon y cítricos, también muy sabrosa, venía perfectamente presentada. Me quedé con las ganas de probar la carrillera a la bourguignon, plato que pidió uno de mis acompañantes quien, según me contó, estaba deliciosa. Y no la probé porque el segundo que pedí resultó tan espléndido que no quise mezclar su sabor con ninguna otra cosa. No tengo más que buenas palabras para una merluza con pisto y coulis de espinacas fantásticamente elaborada, de magnífica textura el pescado y con el punto de cocción adecuado. Y no lo digo sólo yo, que como es bien sabido no soy la mayor amante del pescado, sino mi amiga y compañera Montse Ambroa que es una experta en animales marinos. Y como remate a la deliciosa merluza llegó el postre: una crème brûlée maravillosa que, sin exagerar, nos dejó a todos profundamente extasiados. Y unas últimas palabras sobre el maître, del que, lamentablemente, no recuerdo su nombre: un profesional de la vieja escuela, con todo lo positivo que puede tener este comentario.
Un lugar increíble... al que se puede ir por 25 euros comensal... un lujo, vamos
ResponderEliminarmontse
Por 25 Euros siempre que reserves desde aquí:
ResponderEliminarhttp://www.degustamadrid.es
Me ha encantado tu blog, tus comentarios y tus maravillosas fotos.
ResponderEliminarY como te envidio, yo viviría todo el día en hoteles y comería en restaurantes...;)
Besos
Muchas gracias, Margot. Se hace lo que se puede, ya sabes.
ResponderEliminar¿Cuál es el nombre?
ResponderEliminarÁgora, Sofía.
ResponderEliminarGracias. Es que no sé lee muy bien. Lo decía por ello. Sería interesante, si te parece bien,jejee, que pongas una pequeña reseña con el nombre y tal para que quede más claro. Besitos
ResponderEliminarNo te lo tomes a mal. Es que no encontraba el nombre por ningún lado. Besos
ResponderEliminarSi no me lo tomo a mal, pero, la segunda frase dice así:
ResponderEliminar'Partiendo de esta premisa, el bautizo del restaurante del madrileño hotel Ada como Ágora no deja de ser un original guiño de lo más acertado'.
¿No se entiende?
Bueno, por si acaso lo he puesto en el título :)
ResponderEliminarAhora sí lo veo :-), perdona. Pero estaría bien que lo remarcases en negro..Te lo digo como consejo. Besitos
ResponderEliminarPD: Así se verá mejor.
El sitio es genial. He estado dos veces en la terraza y me he enamorado.
Toda una experiencia éste mágnifíco restaurante.
ResponderEliminarEn verano tiene que ser impresionante poder cenar en alguna de sus terrazas.
Gran entrada Alex.
Pues imagínate, Andy. Yo siempre digo que las vistas de Madrid no matan, exceptuando las que ves Gran Vía, una de las calles más bonitas del mundo.
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